¿Cómo será la escuela en 2055?


2055 imagenDesde “La Otra Educación” queremos pensar y entender qué está pasando y qué pasará con nuestras formas de aprender y enseñar. Nos preguntamos ¿cómo será la escuela en 2055? Porque queremos saber cómo aprenderán los jóvenes que están por nacer, cómo enseñarán los jóvenes que están naciendo, cómo enseñarán los que hoy están aprendiendo. ¿Nos gusta hacia dónde vamos? ¿Podemos elegir el camino? ¿Qué está cambiando en la educación?

Comenzamos este ejercicio de imaginación interdisciplinaria junto a grandes profesionales para intentar para proyectar los posibles escenarios futuros, comprender mejor los pasados y, sobre todo, entender mejor el presente y nuestras capacidades de moldearlo.

Hoy publicamos la opinión de Paula Sibilia, especialista en medios de comunicación y subjetividades.

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La escuela basada en el paradigma empresarial o inspirada en Internet

A continuación publicamos extractos de la entrevista a Paula Sibilia, investigadora y ensayista argentina residente en Río de Janeiro, especializada en temas culturales contemporáneos que abordan las relaciones entre medios de comunicación, tecnologías digitales, manifestaciones artísticas, cuerpo humano y subjetividades.

Entrevista realizada por Verónica Tobeña.

“En tu intervención en el seminario planteabas, citando a Foucault, que la escuela tiene como modelo a la cárcel y que su matriz institucional debe a los institutos carcelarios buena parte de sus rasgos, y que en la actualidad el espejo en el que debe mirarse la escuela es el de la empresa y/o el de la red global, Internet. ¿Cómo sería la escuela basada en el paradigma empresarial o inspirada en Internet?

-(…) Quizás estemos en un momento de crisis también en el sentido de “oportunidad” y no sólo en el de debacle o decadencia. En esa perspectiva, tal vez podríamos cuestionar la validez de la escuela como principal molde formador universal, y en ese gesto intentar abrir el horizonte hacia la invención de alternativas realmente radicales. Al menos como ejercicio imaginativo, considerando que una institución que tiene como modelo a la cárcel no debería ser nuestra mejor opción. Si hasta ahora no podíamos imaginar una alternativa, y entonces la aceptábamos con todas sus fallas porque servía a sus efectos y de algún modo funcionaba, quizás éste sea el momento adecuado para deshacernos de ella e inventar algo mejor. Aclaro que no estoy aconsejando esa vía en los hechos, sino como un ejercicio de reflexión que tienda a abrir el campo de lo pensable y lo posible, en una dirección semejante a la de tu pregunta.

De hecho, no soy la primera a quien se le ha ocurrido algo semejante. Las pequeñas delicias y grandes penurias inoculadas por la escuela en su apogeo se plasmó en incontables obras artísticas, filosóficas y literarias, aunque probablemente haya sido el cine quien metabolizó con más vigor las insurrecciones que propiciaron su debacle: desde Los 400 golpes, de François Truffaut (1959), hasta If, de Lindsay Anderson (1968), y The wall, de Alan Parker (1982). Todos los que teníamos uso de razón (así como de pupitres, tizas y papel secante) en aquella época, por ejemplo, recordamos la secuencia de esa última película que mostraba una fila bien alineada de cuerpecitos infantiles patéticamente dóciles y útiles. Uniformizados en azul marino y sin expresión en los rostros, se dirigían con paso firme hacia una picadora de carne mientras sonaba una marcha con furia destructiva: “no necesitamos educación, no necesitamos control mental, basta de oscuros sarcasmos en la clase… maestro, ¡deje a los chicos en paz!”.

Esa denuncia de la crueldad implícita en los mecanismos escolares empezó a plasmarse con fuerza creciente a partir de los años 1960, acusándolos de homogeneizar las singularidades para convertir a la joven sustancia vital en ladrillos idénticos que sedimentarían el imperturbable edificio de la sociedad industrial. Así, por ejemplo, mucho más recientemente, la película Entre los muros, de Laurent Cantet (2008), registra las peripecias de otro tipo de maestros y alumnos, aullando en tono bombástico la gravedad de esa crisis en pleno siglo XXI.

Con todo esto pretendo insinuar lo siguiente: no creo que ahora la escuela tenga que aggiornarse en el sentido de que “deba mirarse” en el espejo de la empresa o de las redes tecnológicas para ponerse a tono con los tiempos que corren. Creo, sí, que esas instituciones (la empresa y las redes informáticas) pasaron a ocupar los lugares ejemplares que en la sociedad industrial solía desempeñar la prisión. Por eso, si el mecanismo del confinamiento y el encierro disciplinario perdió eficacia, está clarísimo que esas otras modalidades están en auge, y probablemente sean los principales agentes de un nuevo dispositivo de poder muy compatible con nuestra actualidad: la conexión.

Por eso digo que no sé si “debería” intentarse esa actualización o esa compatibilización, ya que bajo esta perspectiva dicho esfuerzo tendería a recuperar la eficacia perdida de la cárcel escolar. De modo que, tal vez, lo que deberíamos hacer es cuestionar esta otra lógica antes de que se desplome ella también al perder su eficacia histórica (como ahora está ocurriendo con el régimen precedente); y, en su lugar, intentar crear con osadía algo que nos satisfaga más. Claro que yo no estoy en condiciones de orientar en ese sentido de un modo más concreto, pero al menos quedan aquí lanzados tanto la inquietud como el desafío…

(…)

De todos modos, no creo que haya algo en la juventud que la haga más sensible a las nuevas tecnologías y que contribuya a ensanchar la brecha intergeneracional, simplemente se trata de procesos históricos y de diferentes niveles de adaptación a sus modelajes. Sin embargo, hay algo preocupante en la aparente incapacidad de situar históricamente a estos procesos, y la consecuente falta de sentido histórico para explicar lo que somos, que parece tener como consecuencia la impresión de que el futuro se encuentra cerrado -salvo por los avances tecnológicos y las eventuales tragedias ecológicas- y que no somos nosotros los agentes activos de su devenir. Creo que esta característica forma parte de las experiencias corporales y subjetivas contemporáneas en general, pero se ven más acentuadas en los jóvenes. De todos modos, también es cierto que sobre el futuro no sabemos nada, ni los más chicos ni los más viejos. Entonces, ¿quién puede prever qué surgirá de todo esto, incluso a cortísimo plazo? Ese es otro de los motivos por los cuales nuestra era es tan fascinante y vertiginosa; para bien o para mal, esa incertidumbre y esa abertura inédita involucran también al futuro de la escuela.”

La entrevista completa está publicada en la Revista Propuesta Educativa.

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