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¿Por qué la escuela no educa? La diferencia entre educar y escolarizar

John Taylor Gatto“Vivimos en una época de profunda crisis escolar” dijo el profesor estadounidense John Taylor Gatto cuando recibió el galardón de Maestro del Año de Nueva York hace ya más de veinte años. En nuestro siglo XXI seguimos buscando salidas a esta crisis y creemos que vale la pena volver a leer algunas de las cuestiones fundamentales que todavía continúan en la base del conflicto. Reproducimos a continuación extractos del discurso.

“Vivimos en una época de profunda crisis escolar. (…) He observado un fenómeno fascinante en mis veinticinco años de ejercicio de la profesión: que las escuelas y la escolarización son crecientemente irrelevantes para las grandes empresas del planeta. Nadie cree ya que los científicos son enseñados en clases de ciencias o que los políticos en clases de civismo o que los poetas lo son en clases de inglés.

La verdad es que las escuelas no enseñan nada salvo como obedecer órdenes. Esto es un gran misterio para mi porque miles de personas, gentes responsables trabajan en las escuelas como profesores, cuidadores y gestores pero la lógica abstracta de la institución sobrepasa sus contribuciones individuales.

Aunque los profesores se preocupan y trabajan duro, la institución es psicopática  -no tiene conciencia-. Suena la sirena y el joven que se encontraba escribiendo un poema debe cerrar sus cuaderno y moverse a otra aula donde deberá memorizar que el hombre y el mono derivan de un ancestro común.

No creo que nos libremos de las escuelas en un futuro cercano, no ciertamente en lo que me queda de vida, pero si hemos de cambiar lo que se está convirtiendo en un desastre de ignorancia, hemos de entender que la institución educativa “escolariza” muy bien, pero no “educa” –algo por completo inherente al diseño organizacional.

No es la culpa de los malos profesores o del poco dinero gastado, es que es imposible que la educación y la escolarización puedan llegar a ser alguna vez la misma cosa.

En gran medida, las escuelas han cumplido su objetivo. Pero nuestra sociedad se está desintegrando, y en esta sociedad, sólo las personas exitosas son auto-suficientes, seguras en sí mismas e individualistas – porque la comunidad de vida que protege al dependiente y al débil está muerta -.

Lo que produce la escuela es, como dije, irrelevante. Las personas bien-escolarizadas son irrelevantes. Pueden vender películas y hojas de afeitar, recoger papel reciclado o hablar al teléfono en líneas de teleoperación, o sentarse estúpidamente delante de un terminal de ordenador pero como seres humanos son inservibles. Completamente inservibles para los demás y para si mismos.

La miseria diaria a nuestro alrededor está causada en gran medida por el hecho de que – tal y como Paul Goodman lo estableció hace treinta años- forzamos a los niños a crecer en el absurdo. Cualquier reforma de la escolaridad tiene que tratar con elementos absurdos en su naturaleza intrínseca.

Es absurdo y anti-vital ser parte de un sistema que te obliga a sentarte en lugares recluidos para gente de la misma edad y clase social que tú. Ese sistema te aparta radicalmente de la inmensa diversidad de la vida y de las sinergias de la variedad, de hecho te castra tu propio ser y futuro, acoplándote a un presente continuo de igual forma a como lo hace la televisión.

Es absurdo y anti-vital ser parte de un sistema que te obliga a escuchar a un extraño leyendo poesía cuando lo que realmente quieres es construir casas, o sentarte a discutir con un extraño sobre la construcción de casas cuando lo que realmente quieres es leer poesía.

Es absurdo y anti-vital moverte de aula en aula al sonido de una sirena durante todos los días de tu infancia natural en una institución que no te permite ninguna privacidad y que incluso te la quita en el santuario de tu propia casa pidiéndote que hagas tus “deberes”.

Dos instituciones controlan a día de hoy la vida de nuestros hijos: la televisión y la escuela, por este orden. Ambos reducen el mundo real de sabiduría, fortaleza, templanza y justicia hacia una abstracción sin final y sin frenos.

En los siglos pasados los niños y adolescentes estaban ocupados en trabajo real, caridad real, aventuras reales, y en la búsqueda real de maestros que pudieran enseñarnos lo que realmente queríamos aprender.

¿Qué hacer? Necesitamos gritar y discutir sobre este modelo de escuela hasta que se arregle o se retire de la circulación para su reparación, una cosa u otra.

Hace poco cogi setenta dólares y envié a una niña de doce años de mi clase con su madre – que no hablaba inglés – en un autobús hacia la costa de New Jersey para encontrarnos con el jefe de policía del distrito de Sea Bright para comer y disculparnos por contaminar la playa con un casco de Gatorade.

A cambio de esta disculpa pública habíamos quedado en que el jefe de policía le enseñaría el trabajo de un policía de barrio durante un dia cualquiera.

Unos días después, dos más de mis alumnos de doce años viajaron solos a la Calle West First desde Harlem donde empezaron el aprendizaje con un editor de periódicos, la siguiente semana tres de mis alumnos se encontraban en mitad de los muelles decarga de Jersey a las seis de la mañana, estudiando la mente del presidente de una compañía de transporte por carretera que despachaba trailers hacia Dallas, Chicago y Los Ángeles.

Durante cinco años manejé un programa escolar “autónomo” donde cada niño, pobre y rico, listo y no tan listo, tenía que dar 320 horas de trabajos o servicios a la comunidad.

Decenas de estos niños volvieron años después, ya crecidos, y me contaron que la experiencia de ayudar a alguien les había cambiado sus vidas.”

Nueva York, 1990.

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Enseñar la condición humana

la otra educaciónLa UNESCO solicitó a Edgar Morin, filósofo y sociólogo francés, que expresara sus ideas sobre la educación del futuro, en el contexto de su visión del “Pensamiento Complejo”. El resultado es el libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, una contribución al debate internacional sobre la forma de reorientar la educación hacia el desarrollo sostenible. Edgar Morin presenta siete principios clave que él estima necesarios para la educación del futuro. A continuación, publicamos extractos del capítulo “Enseñar la condición humana”.

“La educación del futuro deberá ser una enseñanza primera y universal centrada en la condición humana. Estamos en la era planetaria; una aventura común se apodera de los humanos donde quiera que estén. Estos deben reconocerse en su humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo cuanto es humano.

Conocer lo humano es, principalmente, situarlo en el universo y a la vez separarlo de él. (…) cualquier conocimiento debe contextualizar su objeto para ser pertinente. «¿Quiénes somos?» es inseparable de un «¿Dónde estamos» «¿De dónde venimos?» «¿A dónde vamos?».

Interrogar nuestra condición humana, es entonces interrogar primero nuestra situación en el mundo. Una afluencia de conocimientos a finales del siglo XX permite aclarar de un modo completamente nuevo la situación del ser humano en el universo. Los progresos concomitantes con la cosmología, las ciencias de la Tierra, la ecología, la biología, la prehistoria en los años 60-70 han modificado las ideas sobre el Universo, la Tierra, la Vida y el Hombre mismo. Pero estos aportes aún están desunidos. Lo Humano permanece cruelmente dividido, fragmentado en pedazos de un rompecabezas que perdió su figura. Aquí se enuncia un problema epistemológico: es imposible concebir la unidad compleja de lo humano por medio del pensamiento disyuntivo que concibe nuestra humanidad de manera insular por fuera del cosmos que lo rodea, de la materia física y del espíritu del cual estamos constituidos, ni tampoco por medio del pensamiento reductor que reduce la unidad humana a un substrato puramente bio-anatómico. Las mismas ciencias humanas están divididas y compartimentadas. La complejidad humana se vuelve así invisible y el hombre se desvanece «como una huella en la arena». Además, el nuevo saber, por no estar religado, tampoco está asimilado ni integrado. Paradójicamente, hay un agravamiento de la ignorancia del todo, mientras que hay una progresión del conocimiento de las partes.

De allí la necesidad, para la educación del futuro, de una gran religazón de los conocimientos resultantes de las ciencias naturales con el fin de ubicar la condición humana en el mundo, de las resultantes de las ciencias humanas para aclarar las multidimensionalidades y complejidades humanas y la necesidad de integrar el aporte inestimable de las humanidades, no solamente de la filosofía y la historia, sino también de la literatura, la poesía, las artes…”

El texto forma parte del libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” de Edgar Morin. Traducción de Mercedes Vallejo-Gómez, Profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín-Colombia. Con la contribución de Nelson Vallejo-Gómez y Françoise Girard

Publicado en octubre de 1999 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – 7 place de Fontenoy – 75352 París 07 SP – Francia

Copyright UNESCO 1999

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La respuesta ECH a los recortes: invertir en educación

Máster Junior Creación LiterariaEl 61,8% de los españoles considera que la calidad de la enseñaza es regular o mala, según el barómetro de marzo 2012 del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Los datos comienzan a aparecer estos días en la prensa. Sin embargo, no son noticia. Que la calidad de la educación es mala lo sabemos, lo sentimos, lo decimos. La noticia deberá ser ¿qué hacer para mejorarla?

La respuesta es tan fácil que hasta parece obvia: para mejor la educación hay que pensar e invertir en educación. Sin embargo, como si fuera un monstruo que se come su cola, la respuesta del gobierno al 61,8% de los españoles que consideran regular o mala la educación, ha sido recortar el presupuesto del área. A partir de ahora la educación tiene un 21,9% menos de dinero que el año pasado y además reduce su peso en el conjunto presupuestario. La inversión en educación pasa de constituir el 0,9% del gasto total a instalarse en el 0,7%.

La ECH ya forma parte de ese 21,9% porque se vio desfavorecida al no recibir la subvención del Ministerio de Cultura que ha recibido en años anteriores. Sin embargo, la decisión de la ECH es seguir invirtiendo tiempo, inteligencia y dinero en educación, los mejores tres elementos que cualquiera puede brindar a la causa a la que se entrega. Porque estamos seguros de que en educación no se gasta, se invierte. Es decir, no existe el ahorro en educación. No tiene sentido. Reducir en educación no es mejorar el presente en tanto estemos empeorando el futuro.

Máster Junior Creación Literaria2A la pregunta “¿Qué cree usted que se podría hacer para mejorar la enseñanza?”, los encuestados eligen respuestas como: exigir más conocimiento, fomentar la implicación de las familias en la educación de sus hijos o mejorar la formación del profesorado, entre otras. Es difícil encontrar propuestas de calidad pero, cuando aparecen, los resultados son para admirar. Y difundir. Y copiar. Nuestro mejor ejemplo es el Máster Junior de Creación Literaria. Este programa se formó en 2002 y fue ideado por Alejandro Gándara y otros profesores y especialistas en educación para jóvenes de entre 17 y 21 años, con el convencimiento de que “la creación literaria y la escritura no representan una habilidad más en la educación de los jóvenes: son la manera en que se vuelven capaces de contar el relato de su vida.” Desde entonces, han pasado por el programa cientos de jóvenes y los resultados no aparecen en los medios de comunicación pero sí son noticia: el 90% de los alumnos que llegan a la ECH para hacer un curso de escritura terminan mejorando su rendimiento general en la enseñanza formal.

El programa se ha desarrollado tres años consecutivos, hasta 2010, con el apoyo del Ministerio de Cultura de España gracias a su política de subvenciones y permitió que la totalidad de los alumnos fueran becados durante los primeros tres meses del programa anual. En 2011 la ECH no recibió la subvención y, sin embargo, la decisión –nuevamente– fue continuar. La Fundación ECH ha asumido la subvención del programa y permitió que todos sus alumnos estudiaran los primeros dos meses de forma completamente gratuita. Desde su creación en 2000, la ECH, gracias al aporte de su Fundación, ha concedido 220.000 euros en becas.

juniors3La estructura pedagógica del Máster Junior en Creación Literaria se basa en la enseñanza práctica de la creación, es decir, en la ejecución de tareas cuyos recursos son la imaginación, la relación entre distintos campos del conocimiento, la intuición y el desarrollo práctico de obras artísticas. Desde este punto de vista, las materias que se imparten contienen conocimientos teóricos y exigen proyectos creativos, rehuyendo la erudición convencional y la espontaneidad sin fundamento. Se trabaja manipulando los conocimientos y los materiales artísticos para darles una nueva fisonomía, buscar preguntas nuevas o respuestas distintas y buscar posibilidades inéditas que abran caminos a las inquietudes de cada alumno, cubriendo así un espacio vacío en los planes de estudios convencionales.

En palabras de Alejandro Gándara, “El Máster Junior en Creación Literaria es, básicamente, un espacio de debate con los alumnos, donde creo que el profesor está más obligado a aprender que los propios estudiantes. Entiendo el conocimiento con una base dialógica, al estilo socrático, es decir, el que más sabe que no sabe nada ha de ponerse en cuestión ante los que están aprendiendo. Las lagunas, las contradicciones, las diferencias, son lo que producen la tensión necesaria para que el conocimiento y la actitud ante el conocimiento produzcan alguna especie de beneficio.”

Los encuestados por el CIS atribuyen la mala calidad de la enseñanza a diversas causas: la falta de medios -profesores o materiales-, la baja exigencia a los estudiantes y la poca motivación del profesorado. La misma investigación indica que un porcentaje superior al 56,8% cree que el Estado y las Autonomías gastan demasiado poco en educación, mientras que un 50,7 % considera lo mismo en el caso de las comunidades autónomas, un dato que se completa con la pobre consideración que seis de cada diez tienen sobre la situación de la enseñanza. La noticia deberá ser ¿qué se hace con el dinero que sí se recibe? La respuesta que está dando la ECH es reorganizar sus recursos para continuar a pesar de la crisis, continuar porque existe la crisis.

Javier ZamoraEl interés y el empeño de la Fundación ECH en proyectos de escritura creativa para jóvenes se sostiene en la idea de que la creación hay que entenderla como la forma moderna de acercarse al conocimiento y también como la respuesta adecuada a las exigencias profesionales del nuevo mercado laboral. Los alumnos mejoran su calidad educativa de la semana y, además, llegan los sábados a las diez de la mañana a la ECH deseosos de aprender. Así lo relata Javier Zamora, de 20 años, ex alumno del curso, cuando se le pregunta cómo fue su experiencia en la ECH: “Intensa. Un sábado por la mañana o un jueves hasta las doce de la noche tienen que serlo para que decidas estar ahí,  leyendo reliquias de la historia o libros que parecerían New Wave si los sacas en una conversación normal. Intensa y muy estimulante en todos los sentidos. Y sentirse estimulado hoy en día en una institución educativa no me parece poco, de hecho me parece muchísimo.”

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Pérdida de la sabiduría

Barry Schwartz, reconocido psicólogo y educador norteamericano, habla en este vídeo sobre la virtud. Sostiene que debemos crear ambientes que nutran y motiven tanto la voluntad como la habilidad moral y que cualquier trabajo que involucre la interacción con personas es un trabajo moral y demanda sabiduría moral. ¿Pero cómo se aprende la sabiduría moral? En esta conferencia TED, Schwartz explica que la virtud que necesitamos es la sabiduría práctica porque es la que hará que surjan todas las demás.

Con subtítulos en castellano lo puedes ver aquí: http://www.ted.com/talks/barry_schwartz_on_our_loss_of_wisdom.html

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Clases que van por libre

El País Semanal publicó (en noviembre 2008 pero sigue totalmente vigente) un repor explicando por qué algunos padres están intentando educar a sus hijos “por libre”, de otra manera. Los datos de la educación pública española, con un fracaso escolar cercano al 30% son alarmantes y ya son muchos los que deciden hacer las cosas de otra manera. Os compartimos la información.

WaldorfPor Mercedes de la Rosa.

Artículo publicado originalmente en El País Semanal  nº 1676.

Fotografía: un centro de enseñanza Waldorf.

Lomi dejó de ir a la escuela a los nueve años. Desde entonces continuó sus estudios en casa. Y resulta que recuerda todo lo que aprendió a partir de esa edad. “Si algo no te interesa, únicamente lo memorizas para el examen y, tal como lo aprendes, lo olvidas. En cambio, si te interesa y lo interiorizas desde la curiosidad, permanece”, explica este veinteañero, hoy empresario de circo, que aprobó sin problemas el graduado escolar. La elección de los padres de Lomi de educar a sus hijos en casa fue natural, no ideológica. “El niño no se sentía a gusto en la escuela”, recuerda Peter, su padre. Durante un cambio de colegio, Lomi pasó unos meses en casa, donde recuperó la curiosidad por aprender. “No todos los niños se desenvuelven igual en una clase grande; cada uno tiene su ritmo”. A raíz de esta experiencia, Peter creó la organización Crecer Sin Escuela junto a un grupo de gente en su misma situación. Motivación frente a imposición.

“Más vale una cabeza bien hecha que bien llena”, escribió el renacentista Montaigne.

Las ampollas levantadas por la reciente reforma de la Ley Orgánica de Educación (LOE) -la segunda en dos años-, así como las cifras expuestas por los 27 ministros europeos de Educación, que sitúan a España como el tercer país con mayor tasa de abandono escolar antes de complementar la educación secundaria, con un 29,6% -el doble que la media europea-, apuntan a que algo no funciona en el sistema de enseñanza tradicional. Hay quien culpa a la juventud por su desidia, quien señala la falta de motivación de los maestros, y quien piensa que el problema radica en la deshumanización de los planes de estudio. Sean cuales sean las causas, entre las fisuras de la educación tradicional se han hecho hueco otras formas de educar; métodos centrados en el aprendizaje natural del niño, que priorizan la construcción de la persona y que desempolvan la teoría de Montaigne. “La educación actual está enfocada para pasar exámenes, cuando debería ir mucho más allá de la mera transmisión de informa-ción”, apunta el psiquiatra Claudio Naranjo,especialista en educación. “Además de aprender, necesitamos aprenderá aprender”.

La tesis de Naranjo es una de las prioridades en la agenda de la Unesco, que desde hace años impulsa la necesidad de “aprender a ser”. A través del programa Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) trata de integrar la comprensión y el respeto de los niños hacia sí mismos, hacia los demás, y hacia el medio ambiente. “No es tan importante loque se enseña, sino cómo y cuándo se enseña”, apunta Marta Sierra, directora de la escuela Waldorf Aravaca de Madrid. Creada tras la I Guerra Mundial por el filósofo Rudolf Steiner, la pedagogía Waldorf tiene como objetivo proporcionar las herramientas necesarias para que el niño construya su propio conocimiento a través del medio creativo.”Aprender el azul o el amarillo antes o después es irrelevante”, apunta Cristina Ruiz, directora de la guardería Nimbo de Barcelona. “Lo importante es que los niños se sientan queridos, comprendidos, seguros y confiados. Con estos ingredientes, y su capacidad innata para explorar el entorno, experimentar y descubrir lo que les rodea, el aprendizaje se da solo”. En Nimbo utilizan materiales simples como pinas, telas o lanas para el aprendizaje, y, periódicamente, cambian durante semanas los juguetes vistosos por cajas de cartón o botellas de plástico. Es importante que un niño desarrolle la imaginación y que llegue a sus propias conclusiones a través de la experimentación”.

En ocasiones son los propios padres quienes impulsan la creación de centros alternativos. Tal es el caso de La Serrada, en Cocentaina (Valencia), una iniciativa nacida de un grupo de padres y profesionales de la enseñanza basada en la educación no directiva.El proyecto se inspira en escuelas libres o comunidades de aprendizaje como Els Donyets (Valencia), Ojo de Agua (Orba) o Paideia (Extremadura), que tímidamente han ido creándose en los últimos años. A diferencia de otros países europeos y de Estados Unidos, en España ha costado que se reconocieran.

Para Marta Sierra, la causa radica en que “a veces se confunde escuela libre con escuelas en las que no se hace nada”. El objetivo de la educación denominada holística o integral es conseguir que el niño relacione conocimiento y sentimiento. El fin, formar seres humanos. “Cuando se conectan estos dos factores se produce un clic que posibilita la comprensión”, apunta Sierra. El método Waldorf no utiliza libros de texto; son los propios niños quienes, a través del material preparado por los maestros, elaboran sus cuadernos con información y dibujos. No hay exámenes ni notas, y el estímulo es constante para reforzar la voluntad del niño.

“Quienes reciben este tipo de educación no tienen por qué tener problemas para adaptarse a otros sistemas”, aclara Sierra. “Muy al contrario, se convierten en jóvenes maduros y seguros, se conocen a sí mismos, lo que facilita que puedan llegar a realizar cualquier cosa que se propongan”.

Para Claudio Naranjo, la educación tradicional yerra al pensar que lo principal es el intelecto, descuidando lo espiritual y el valor de la libertad. “Somos seres tricerebrados; tenemos un cerebro racional, otro afectivo y otro instintivo, y la educación debería contribuir a armonizar las tres partes en vez de pretender que el niño renuncie a su instinto y se esté quieto. Las cosas que de verdad interesan se aprenden por amor al conocimiento y no por miedo al suspenso. Los exámenes matan la enorme curiosidad del niño. Lo aprendido a la fuerza se olvida”.

En España hay alrededor de 2.000 familias que escogen esta opción, según apunta la Asociación para la Libre Educación (ALE). La LOGSE no reconoce la enseñanza en casa, aunque tampoco la prohibe, lo que en ocasiones conduce a enfrentamientos de las familias con la Administración. Para evitar esta situación, cuando el año pasado Isidora, de siete años, dejó de ir a la escuela, su madre la matriculó en Clonlara, un centro de educación a distancia. Isidora no se sentía cómoda viendo cómo sus compañeros de clase se burlaban de sus amigas de otras nacionalidades. “Muchos padres piensan que sus hijos vana aprender todo en la escuela; y hay cosas, como la comprensión o el respeto a los otros, que no enseñan”, apunta Evelyn, madre de Isidora. Aparte de las asignaturas obligatorias de lengua y matemáticas, aprovecha la curiosidad de su hija para enseñarle todo lo que le interesa, además de violin y dibujo. La realidad desmonta el mito de que si un niño no va al colegio no se socializa; su hija sigue jugando con niños por las tardes y los fines de semana. Lomi lo corrobora: “Claro que te relacionas, y no únicamente con niños, sino con gente de todas las edades. Te haces más humano”. •

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Nicholas Negroponte: “Deberíamos pedir a los niños que nos ayudaran a pensar”

6 de enero, 2012 | 12:36 | Historia de MAR ABAD

El avance de la tecnología tiene un efecto secundario. Hace el mundo más urbano. Las ciudades son cada vez más tecnológicas y eso provoca que las áreas rurales vayan quedando más lejos. En distancia real, la que no se mide en kilómetros, sino en evolución. Esa es la situación, según Nicholas Negroponte, y esta es la cuestión: “¿Puede llevar el mundo digital la educación y la sanidad a las zonas rurales remotas?”.

El director del MIT Media Lab e impulsor del proyecto One Laptop Per Child (un ordenador por niño) dijo en el Open Source World Congress que quería “hacer de la tecnología algo global” en un planeta en el que las tendencias son “el respeto por la disrupción, el predominio del sentido frente al dinero, el poder de lo abierto y un mundo que está quedando sin periferias”.

Negroponte respalda esta tendencia hacia un modelo abierto. “Steve Jobs, gran amigo mío, sobre todo a finales de los años 80, quería controlarlo todo. Y eso dio como resultado un diseño excelente pero un modelo cerrado”, indicó. Pero su apuesta por lo abierto no se refiere solo a la tecnología y el software. El autor del best seller Being Digital considera que la actitud abierta debe comenzar en el pensamiento mismo y dictó un par de recetas para estimular la creatividad.

Uno. “El sentido común es común. Es algo corriente. Debes ignorarlo porque es enemigo de la innovación”, remachó. “Muchas veces me han dicho que lo que yo hacía no tenía ningún sentido común. Claro. Eso precisamente es lo que me ha permitido innovar”.

Dos. “Cuando alguien me dice que sea realista, le digo que salga de aquí ahora mismo y se vaya a otra habitación”, comentó. “Si eres realista, no puedes innovar”.

“¿De dónde vienen las ideas?”, preguntó Negroponte. “Proceden de las diferencias. Muchas personas miran a EEUU y piensan que hay muchos individuos innovadores. Pero no hay más que en otros sitios. Lo distinto es el ambiente y las circunstancias. Allí es más fácil emprender”.

Además, según el experto en educación, “una de las grandes diferencias entre Europa y EEUU es que, hasta hace 15 años, en Europa no se escuchaba a los jóvenes. En EEUU siempre se ha hecho caso a la gente joven”.

Negroponte pasó de hablar de la atención a los jóvenes a la atención a la infancia. Los niños son, para el estadounidense, “el recurso natural más valioso del mundo”. “Hay que replantearse la infancia y los sistemas educativos. No se está enseñando a los niños a sacar todo el provecho de la tecnología”.

“Los niños no tienen que aprender a memorizar datos. Tienen que aprender a aprender. Muy a menudo no preguntamos a los menores. De esa forma no les hacemos pensar. Cuando le preguntamos a un niño por un programa informático le obligamos a reflexionar”, indicó.

Y al igual que no potenciamos su capacidad de pensar, no dejamos que nos apoyen para pensar mejor. “Estoy seguro de que no hay nadie en esta sala que haya pedido ayuda a un niño. Deberíamos hacerlo”.

Negroponte mencionó la nueva tableta que su fundación acaba de lanzar con la misma filosofía que One Laptop Per Child. La describió como un “experimento” “sin agujeros y con una batería que requiere muy poca energía, y una cubierta con batería solar”. La fundación One Laptop Per Child la está distribuyendo por zonas rurales y va cargada con películas, libros y otros contenidos culturales.

“Nos preguntamos si después de un año utilizando estas tabletas, los niños habrán aprendido a leer”. En todo caso, el idioma que conocerán será el inglés, porque es el único que se utiliza ahora en las tablets.

El investigador no se paró a explicar One Laptop Per Child. “Ya hay demasiada literatura sobre ese proyecto”, argumentó. Pero relató algunas anécdotas que han ocurrido desde entonces y que muestran la repercusión positiva que están teniendo en distintas zonas del globo.

“Fuimos a un pueblo de Camboya donde la renta per capita es de 42 dólares al año. Repartimos ordenadores para todos los niños y cuando llegaron a casa, abrieron los portátiles. Su luz era la más potente de todo el hogar. Los padres estaban encantados porque era la fuente lumínica más importante que tenían”, contó Negroponte.

“En estos cinco años hemos ido viendo que los profesores adoran el programa y los niños también. Duermen, incluso, con sus ordenadores. En Nigeria, por ejemplo, no nos dejaban sus portátiles para que se los arregláramos. Tenían miedo a perderlos. Pensaban que si los cedían, no los recuperarían”.

Negroponte mencionó también la repercusión de One Laptop Per Child en Uruguay. En ese país el programa ha sido reconocido con la aparición de los ordenadores en un sello postal.

El director del MIT Media Laboratory indicó que una de las mayores dificultades de implantar este programa es que “la gente es alérgica a las nuevas formas de entender la educación y el aprendizaje”.

Es más, muchos “piensan que la vida es un huevo frito”. Sin embargo, según Negroponte, “es una tortilla”. “Mis padres vivieron como un huevo frito donde el blanco era ir a trabajar y el amarillo estar en casa con la familia. Esto no es así. La vida es una tortilla”.

(Foto de MattHurst reproducida bajo licencia CC)

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La ficción del sistema educativo

Burbuja eduaciónEl escritor Xavier Pericay publica en Letras Libres un artículo sobre la calidad de la educación en España. Las estadísticas confirman que el país desciende en este aspecto. Pericay sostiene que el drama del asunto “es la confusión entre ficción y realidad” y propone “pinchar la burbuja”.

 

I

En la última década, y a excepción del terrorismo y el nacionalismo –que a veces son uno y lo mismo–, no ha habido probablemente en España cuestión más trillada y controvertida que la educación. Y es que en este inicio de siglo XXI se han conjugado una serie de factores que, o bien no se daban con anterioridad, o bien no se manifestaban todavía con intensidad suficiente. Esos factores son básicamente tres. Por un lado, está la reforma impulsada por los distintos gobiernos socialistas y concretada en la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo, más conocida por LOGSE, que, aunque aprobada en 1990 y empezada a implantar un lustro más tarde, hubo de esperar a la década siguiente, o sea, a la actual, para producir sus primeros efectos. Por otro, y coincidiendo ya con la mayoría absoluta del Partido Popular, está la promulgación en 2002 de otra ley, la Ley Orgánica de Calidad de la Educación, más conocida por LOCE, que los principales dirigentes del Partido Socialista no tardaron en tildar, de forma algo impropia, de contrarreforma. Y luego, en fin, están los datos1.

Así pues, es sobre todo la conjunción de esos tres factores lo que ha acabado convirtiendo a la educación en un asunto crucial, de primerísimo orden, por no decir en un asunto de Estado2. Y de los tres, y aun cuando el primero constituya el principal causante de la paupérrima situación en que se encuentra hoy en día la enseñanza en España, y el segundo demuestre, de modo fehaciente, que no todas las leyes son iguales, el verdaderamente decisivo es el tercero. O sea, los datos. Tal y como ha observado Francisco López Rupérez en un trabajo de muy aconsejable lectura, “el desarrollo del programa PISA de la OCDE junto con la definición, primero, y la aplicación, después, de la Estrategia de Lisboa de la Unión Europea han permitido situar políticamente en el panorama internacional la posición del sistema educativo español en materia de resultados”3. En otras palabras: hasta que no hemos dispuesto de un sistema de evaluación independiente, supraestatal y suficientemente contrastado, y de unos objetivos comunes a todos los países de la Unión y de obligado cumplimiento; esto es, hasta que no hemos contado con un marco comparativo y regulador incontestable, no han sonado las alarmas. Porque España –tal vez convenga recordarlo– aparece en todas las estadísticas en la parte baja de la tabla, en zona de descenso garantizado, a un puesto o dos del colista4.

Si bien se mira, y salvando cuantas distancias deban ser salvadas, ha ocurrido con la educación española –y, en mayor o menor medida, con la de otros países de Europa occidental, como el Reino Unido o Francia– algo parecido a lo ocurrido con el comunismo: hasta que no se ha destapado la olla, hasta que no ha aflorado la inapelable realidad estadística, la de los resultados, mucha gente no ha empezado a comprender de qué iba la cosa. A saber: cómo de unas intenciones supuestamente inmejorables –¿existe acaso mejor promesa que la de desterrar de este mundo las desigualdades y lograr la felicidad en la tierra de todos los seres humanos?– podían derivarse consecuencias tan funestas. Es verdad que, aun así, los partidarios del actual sistema educativo español –del mismo modo, por cierto, que los partidarios del comunismo– siguen en sus trece. Para ellos, la bondad del modelo es incuestionable; lo que falla, en todo caso, es su aplicación. De ahí que sea frecuente oírles recurrir a toda clase de excusas para tratar de justificar el ínfimo nivel de nuestros jóvenes y para tratar de justificarse, de paso, a sí mismos.

Una de estas excusas –no privativa del campo de la educación, por cierto– consiste en apelar al pasado. Si no ando equivocado, el primero en hacerlo fue el presidente del Gobierno, a finales de 2007, coincidiendo con la difusión de los datos del informe PISA 2006. Según Rodríguez Zapatero, “lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres”, y como “hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que teníamos”, pues nos encontramos con los pésimos resultados de los alumnos españoles evaluados en PISA.

Lo cierto es que no le falta razón al presidente. Eso sí, siempre y cuando ese pasado al que apela correoso, lejos de ceñirlo, como podría deducirse de sus palabras, a los años de la dictadura franquista, lo hagamos extensivo a algunos años más –por no hablar de siglos. En este sentido, no hay duda de que el bajo nivel de estudios de parte de la población, e incluso la tasa nada desdeñable de analfabetismo, han supuesto un obstáculo en la transmisión de padres a hijos de determinados estímulos educativos. Lo cual no impide que también se haya dado el caso inverso: el de aquellos padres que, faltos de estudios, han hecho lo imposible para que su hijo se beneficiara de la existencia de una enseñanza pública gratuita –cuando no de una enseñanza privada de pago– y, a base de esfuerzo, obtuviera un título que le permitiera labrarse un porvenir.

La otra excusa más socorrida por parte de nuestros dirigentes políticos es la falta de inversión. En efecto, en España el gasto público en educación con respecto al PIB se halla, en términos porcentuales, un punto por debajo de la media de los países desarrollados y de la Unión Europea, y casi tres puntos por debajo de un país como Finlandia, que, junto a Noruega y Suecia, es de los que más invierten en este capítulo. Teniendo en cuenta que el sistema educativo finlandés está considerado, a la vista de sus resultados, como uno de los mejores del mundo, parece lógico establecer una relación de causa a efecto entre gasto público y rendimiento escolar o universitario.

Ahora bien, también aquí se dan contraejemplos, esto es, países que invierten menos de lo que les correspondería por los resultados obtenidos –el caso de México– y, al contrario, países con una inversión mayor que la que cabría esperar de sus resultados –el caso de Francia. Y no sólo contraejemplos; también paradojas. Como la de constatar que los que se escudan en la falta de dinero para justificar el fracaso educativo no han hecho nada para subsanar, en el tiempo que llevan gobernando, esa carencia. Y es que a lo largo de la presente década apenas se ha modificado en España el porcentaje del gasto educativo con respecto al PIB.

Sea como fuere, y admitiendo incluso la parte de veracidad en que se fundamentan algunas de esas excusas, no hay duda de que no bastan por sí solas para explicar la situación en que se encuentra la enseñanza española. Ni para tratar de ponerle remedio. Vaya, que parecen excusas de mal pagador. Como si el propietario de una casa la hubiera echado abajo porque sí, hubiera edificado una nueva en su lugar, esta estuviera a punto de hundirse, y a él no se le ocurriera otra cosa, en su afán justificativo, que achacar su estado ruinoso a la falta de presupuesto y a deficiencias inherentes al solar donde se asienta el edificio. Hombre, yo diría que algo habrá tenido que ver también en el desastre el proyecto del arquitecto. Y los materiales usados por el constructor. Y hasta el trabajo de algunos operarios, más pendientes de seguir las consignas de sus sindicatos para poder beneficiarse de las prebendas pactadas que de cumplir con el cometido asignado. ¿O no? Pues, a juzgar por lo afirmado y reiterado por los garantes políticos y pedagógicos del actual sistema educativo, aquí no ha fallado otra cosa que el pasado –por exceso– y el dinero –por defecto.

En el fondo, todo resulta mucho más simple –y, en lo tocante a la resolución del problema, mucho más complejo, claro. El drama de la educación en España, lo que la convierte en uno de nuestros pecados capitales y en uno de los más singulares, es la confusión entre ficción y realidad. Una confusión seminal, programática. Aunque no llegara a concretarse hasta la aprobación de la LOGSE, sus huellas son muy anteriores. Así, se hallan ya en la Ley Orgánica de Derecho a la Educación (LODE), promulgada por los propios socialistas cinco años antes, y también en la Ley General de Educación de 1970, más conocida como “Ley Villar Palasí”, en alusión al ministro que apadrinó aquella primera reforma. Sobre la trascendencia de esta ley del tardofranquismo en el modelo educativo español, poco puede añadirse a lo ya expresado por Alicia Delibes en su introducción a La gran estafa: “Es indudable que la Ley General de Educación supuso un gran avance social: se logró la escolarización de todos los niños hasta los 14 años y, con el tiempo, muy pocos de 16 quedaron fuera de lo que se llama sistema reglado. Sin embargo, tuvo algunos defectos que han tenido consecuencias desastrosas. Por ejemplo, en su empeño por evitar el fracaso escolar, se suprimieron las reválidas y con ellas todas las pruebas externas y todos los obstáculos académicos oficiales hasta la llegada a la Universidad. Por otra parte, los dos años de ampliación de la enseñanza obligatoria hicieron que se pusiera a los escolares de 13 y 14 años en manos de los maestros que, para adaptarse a la nueva situación, tuvieron que realizar cientos de cursillos de muy dudosa calidad”. Medidas ambas, como destaca la propia Delibes, que “no se había[n] ni se ha[n] producido en casi ninguno de los otros países europeos”5.

Todo lo cual, por supuesto, no tenía ya como objeto formar a nuestros jóvenes, transmitirles los conocimientos necesarios para que en el futuro pudieran andar solitos por la vida, inculcarles determinados valores –como, por ejemplo, el afán de superación o el respeto a la autoridad– que contribuyeran a hacer de ellos unos seres responsables, sino, muy al contrario, educarles en la creencia de que otro mundo era posible y estaba en este. O podía estarlo. En este sentido, la promulgación, veinte años más tarde, de la LOGSE no hizo más que desarrollar hasta sus últimas consecuencias el principio acuñado por los versos de Paul Éluard. ¿Y cómo era ese otro mundo posible, que estaba en éste y nosotros sin saberlo? Pues era un mundo feliz, claro, una especie de falansterio de convivencia –como lo definiera en su día Jean-François Revel refiriéndose a las aulas francesas–, una Arcadia en la que hombres y mujeres iban a ver realizados por fin todos sus sueños; en una palabra, era una ficción. Y, como nadie ignora –excepto, quizá, los políticos y pedagogos de izquierda–, la ficción no guarda demasiada relación con la realidad. Aunque a menudo se sirva de ella, aunque la tome como materia en bruto, introduce siempre en su textura las modificaciones y los encajes precisos para que no existan desajustes y todo cuadre. Ocurre lo mismo con las novelas y las películas: la vida suele estar detrás, ciertamente, pero alguien se ha entretenido en practicarle los arreglos oportunos a fin de que no quede allí ningún cabo suelto.

O sea, a fin de que deje de ser lo que la mayoría de los mortales –excepto, quizá, los políticos y pedagogos de izquierda– entendemos por vida.

Por eso el modelo de enseñanza en curso ha erradicado la competencia de las aulas: porque la competencia, tan presente en la vida real, produce diferencias. Por eso ha suprimido la autoridad: porque la autoridad –imprescindible en cualquier sociedad, a menos de que uno quiera vivir en la tiranía6–, llevada al extremo, puede derivar en autoritarismo. Por eso ha renunciado a la excelencia; porque la excelencia, es decir, el reconocimiento de que no todos los seres humanos poseen las mismas capacidades o están igual de dispuestos a desarrollarlas, genera desigualdades. Y ese conjunto de arreglos no sólo ha comportado la materialización, entre las cuatro paredes del aula, de un sinfín de ilusiones; también ha traído aparejado un proceso denominativo. Se trata, a un tiempo, de una necesidad –a la novedad hay que poder nombrarla– y de una conveniencia. Sobre todo si uno es el inventor de la cosa, y si la cosa es nada más y nada menos que un mundo nuevo.

De ahí que una de las primeras obsesiones de los autores de la reforma educativa fuera designar la ficción que estaban creando con apelativos distintos a los ya existentes, del mismo modo que el novelista y el cineasta, aun cuando suelan tomar de la realidad determinados modelos, construyen un relato ad hoc en el que hechos y personajes reciben un nuevo bautismo. Fue así como el recreo pasó a llamarse “segmento de ocio”; la falta de disciplina se convirtió en una “conducta contraria a la convivencia”; el aprobado y el suspenso cedieron el sitio, según el nivel de estudios, al binomio “progresa adecuadamente” / “necesita mejorar” –lo que no impedía pasar de curso, todo sea dicho– o al binomio “promociona” / “no promociona”; y el mundo de la enseñanza, constituido hasta entonces por maestros, profesores y alumnos, fue denominado “comunidad educativa”, con lo que, además de ampliarse considerablemente el número de partícipes –ya no eran únicamente docentes y discentes, sino también los padres, el personal administrativo, los psicopedagogos, la propia Administración y los sindicatos del ramo–, se reforzaba la unidad del colectivo mediante la disolución de sus partes en un ente superior, intangible, ajeno a la realidad y a sus manejos.

Esa obsesión por la nomenclatura tuvo asimismo otras manifestaciones. Por ejemplo, y en aras de alcanzar la tan ansiada sociedad sin clases –aunque la sociedad y las clases se limitaran, aquí, al campo educativo–, la igualación de maestros y profesores, llamados en lo sucesivo “trabajadores de la enseñanza”7. Y, en un sentido contrario, el rechazo a cualquier iniciativa que pudiera retrotraernos a aquel pasado ominoso satirizado en El florido pensil. Así, cuando el Partido Popular propuso, en aplicación de la LOCE, recuperar la vieja reválida, esto es, un sistema de evaluación común a todos los españoles y externo, por lo tanto, a cada centro de enseñanza y a las respectivas Comunidades Autónomas, la entonces oposición socialista puso el grito en el cielo. Y, curiosamente, su reacción no se debió tanto, en apariencia, a lo que suponía desde el punto pedagógico una tal medida, como al hecho incuestionable de que la palabra “reválida” remitía al bachillerato anterior a la Ley General de Educación de 1970. O sea, al franquismo puro y duro.

Bien mirado, lo que la reforma educativa encarnada en la LOGSE ha pretendido, por encima de todo, es que la escuela tuviera lo que José Luis Rodríguez Zapatero ha definido, en la hagiografía que le escribió Suso de Toro, como “un marco agradable, positivo”8. Él lo tuvo, a juzgar por sus propias palabras, y eso que todavía fue instruido –en gran parte, al menos– en tiempos de la dictadura. ¿Y qué puede significar, para el presidente del Gobierno, “un marco agradable, positivo”? La respuesta nos la da él mismo: “Hay cosas que al final explican la vida. Yo lo resumo en que no recuerdo haber recibido una bofetada de mis padres. Ni un suspenso en mi trayectoria académica”9. Dejemos a un lado, si les parece, la bofetada y los padres, y ocupémonos del suspenso y de la trayectoria académica. Si este es el paradigma de la felicidad, el marco agradable y positivo al que todos los seres humanos, y muy particularmente los españoles, deberían poder aspirar tarde o temprano, a nadie ha de extrañar que nuestra izquierda haya intentado instaurarlo por ley10. Al fin y al cabo, obrando así no ha hecho más que seguir el camino trazado por las demás izquierdas de Europa occidental, aunque los resultados obtenidos hayan sido, a la vista está, infinitamente peores aquí que en otros lugares.

Esa ficción sesentayochista11 se caracteriza, como muy bien intuye Rodríguez Zapatero al tratar de explicarse su vida, por la ausencia de conflicto, de contrariedad. Dicho de otro modo: en el conjunto de la etapa obligatoria, lo mismo en primaria que en secundaria, los contenidos dejan de constituir un obstáculo que hay que superar, algo que le viene dado al alumno y cuya asimilación va a requerir un esfuerzo por su parte, para convertirse en una suerte de ornato, en un añadido perfectamente prescindible. ¿Y qué es, entonces, lo fundamental, lo decisivo, el punto cardinal de todo el proceso educativo, una vez descartada la transmisión del conocimiento? Pues una cosa difícil de precisar, y más aún de calibrar, por cuanto no depende ya de un referente externo, sino que se concreta en lo que cada alumno se ve con ánimo de hacer, de producir. Por el mero hecho de ser el resultado de ese ánimo –y poco importa si es mucho o poco–, el producto obtenido, con independencia de sus propiedades, posee ya un valor. Y ese valor, por lo demás, ni siquiera puede compararse con el asignado a lo producido por otros alumnos, puesto que no existe un sistema de referencia común que permita determinarlo. Se trata, en todos y cada uno de los casos, de un valor autónomo, no sujeto a evaluación ninguna. Si bien se mira, en la enseñanza española relativismo y constructivismo van de la mano. Y, en cuanto a la instrucción, esa vieja dama que incluso había dado nombre, antes de la Guerra Civil, al ministerio del ramo, hace mucho que no está ni se le espera.

Ahora bien, para explicarse semejante estado de cosas, para entender por qué el estudio se halla tan devaluado, no basta con acudir a la aversión manifiesta que los garantes del vigente modelo educativo sienten por todo lo que comporte voluntad, esfuerzo, aplicación, constancia; en una palabra, superación de las dificultades. También conviene tener presente que la práctica y el fomento del estudio acaban por revelar, tarde o temprano, la existencia de buenos y malos estudiantes, y, en consecuencia, la existencia de niveles, jerarquías y, ¡ay!, desigualdades. Demasiada contrariedad para una burbuja que se quiere, ante todo, feliz. O, si se prefiere, demasiada realidad. De ahí, sin duda, que el poco espacio reservado en el modelo actual a los contenidos se asemeje tanto a una barra de bar en la que el alumno puede ir picando lo que le venga en gana, sin necesidad de terminar siquiera lo que él mismo se sirve y sin que esos alimentos hayan sido dispuestos siguiendo un criterio formativo cualquiera, excepto el de subvenir a los caprichos, siempre fugaces, de quienes se supone que están allí para nutrirse.

Claro que tampoco cabe descartar que el descrédito del estudio tenga que ver con otra clase de factores. Por ejemplo, con los que asoman detrás de estas nuevas palabras del presidente del Gobierno, pertenecientes también a Madera de Zapatero: “Y otra conversación que conservo […] fue con un pastor […] Lo encontré por la orilla del río, charlamos un rato, preguntó qué estudiaba y le contesté que la carrera de Derecho. Me dijo: ‘Soy pastor, no he podido estudiar, pero se acordará de una cosa que le voy a decir’. ‘Dígame, dígame usted.’ Y me dijo: ‘Las cosas que se aprenden sin estudiar no se olvidan’. […] Lo he repetido muchas veces”12. De lo que se deduce que el estudio no únicamente supone un esfuerzo y genera desigualdades, sino que encima –a juicio, al menos, de aquel pastor y de quien le escuchaba y sigue guardándolo en la memoria– debe de ser inútil, puesto que lo único que no se olvida es lo aprendido sin estudiar. Así las cosas, y dado el grado de afinidad entre las creencias de nuestro máximo gobernante y las de quienes urdieron en su momento el marco legal que continúa regulando la educación en España –correligionarios suyos, al cabo, o, como mínimo, compañeros de viaje–, no es de extrañar que, en esta materia, andemos como andamos. Es decir, a gatas13.

 

II

Para salir del atolladero, para encontrar el modo de enderezar la situación y devolver a la enseñanza la función capital que siempre había tenido en la sociedad, no queda más remedio que pinchar la burbuja. Sí, hay que dejarse de ficciones y volver a la realidad. Toda transacción entre una y otra instancia –como cuando un escritor, pongamos por caso, se sirve de un hecho real para tejer una trama que no existe más que en su imaginación– está abocada al fracaso. Lo primero es tocar con los pies en el suelo, o sea, aceptar el mundo tal cual es y olvidarse de otros mundos posibles. Sólo a partir de aquí puede uno intentar reparar el desaguisado.

Y aceptar la realidad supone aceptar que lo anunciado por Hannah Arendt en 1954, en su ensayo “The crisis in education”14, no sólo sigue siendo válido, sino que, dadas las circunstancias, lo es más que nunca. Decía Arendt entonces, refiriéndose a Estados Unidos, pero extendiendo su reflexión a casi cualquier otro país15, que “el problema de la educación en el mundo moderno se centra en el hecho de que, por su propia naturaleza, no puede renunciar a la autoridad ni a la tradición, y aun así debe desarrollarse en un mundo que ya no se estructura gracias a la autoridad ni se mantiene unido gracias a la tradición”16. Y también decía, entre otras muchas cosas que contribuyen a iluminar el túnel en que nos encontramos17, que los maestros y educadores, y en general toda la sociedad, debían tener muy presentes esos dos conceptos “autoridad y tradición” a la hora de educar a niños y jóvenes, ya sea en el ámbito familiar, ya en el de la escuela. En otras palabras: que el hecho de que en la esfera pública esos dos conceptos hubieran entrado en crisis no debía ser óbice para que conservaran toda su importancia en el campo educativo.

Sobra decir que tanto la autoridad como la tradición han dejado de ejercer, en nuestro sistema de enseñanza, el papel que siempre habían ejercido –y eso, en el supuesto de que todavía ejerzan alguno. En este sentido, el que la Comunidad de Madrid se haya propuesto elevar a rango de ley la autoridad del profesor, y al margen de si la medida puede o no resolver, por sí sola, algunas de las carencias que afectan a la escuela, constituye, por de pronto, una señal de alerta.

Hemos llegado al límite, y así parecen entenderlo tirios y troyanos. O sea, no sólo la Comunidad de Madrid, sino también el presidente del Gobierno, el ministro de Educación, los partidos políticos mayoritarios, las asociaciones de padres, los sindicatos del ramo, y no digamos ya la inmensa mayoría de los sufridos docentes. En realidad, lo único positivo de estas situaciones extremas es su capacidad de movilización. Otra cosa, claro, es que esa movilización, al final, surta efecto.

A juzgar por las declaraciones de unos y otros, la solución no puede sino pasar por un pacto de Estado. Se trata, sin duda alguna, de palabras mayores. Porque comprometen al Estado, pero, sobre todo, porque un pacto supone siempre un arreglo entre las partes, esto es, una serie de renuncias a uno y otro lado de la mesa de negociación. Esa clase de acuerdos, en la medida en que confrontan a las dos grandes tendencias del arco ideológico, suelen darse en el ámbito político18. Es más: sólo allí tendrían que darse. Y deberían dejar al margen, y a buen recaudo, la educación. Vuelvo a Arendt: “Debemos separar de una manera concluyente la esfera de la educación de otros campos, sobre todo del ámbito vital público, político”19. De lo contrario, la educación no sólo se convierte en moneda de cambio, sino que su esencia misma se debilita de forma irremediable al verse sometida a la contingencia de un proceso negociador. ¿Qué sentido tiene, en efecto, alcanzar un acuerdo sobre la reforma de la Formación Profesional, o sobre la prolongación del Bachillerato, si ese acuerdo no lleva aparejada la asunción de que el modelo vigente –igualitarista donde los haya, y, en consecuencia, contrario al mérito, al rigor y a la excelencia– debe dotarse, desde el comienzo mismo de la Primaria, de cuantos mecanismos internos y externos sean precisos para garantizar que el que vale y se esfuerza podrá sacar el máximo provecho de sus estudios, con independencia de cuáles sean sus orígenes? Lo máximo a que puede aspirarse, en tales circunstancias, es a un triste remedo. Y aún.

 

III

Como suele suceder con las cuestiones fundamentales de nuestro tiempo –y la educación, guste o no, lo es–, uno termina por convencerse de que todo, o casi todo, ha sido dicho ya. Acabamos de comprobarlo con el ensayo de Arendt, escrito hace más de medio siglo. Y lo certifican también las maravillosas memorias de infancia y juventud de Agustí Calvet, Gaziel, publicadas en catalán en aquella misma década de los cincuenta y cuya traducción al castellano sigue asombrosamente pendiente20. En el penúltimo capítulo de la última parte del libro, con ocasión del relato de la estancia del autor en la Residencia de Estudiantes de Madrid para preparar unas oposiciones a cátedra de Historia de la Filosofía, Gaziel traza un retrato tiernísimo de Francisco Giner de los Ríos, a raíz de una excursión a la Sierra con dos compañeros más y el propio Giner. Y no sólo eso. También dedica unos párrafos a la obra de la Institución Libre de Enseñanza que no tienen desperdicio.

Para Gaziel, lo que se propusieron Giner y los suyos se parece “a lo que obtienen, desde hace centurias y regularmente, las famosas organizaciones escolares británicas, como Oxford, Cambridge y Eton. Querían formar equipos de hombres superiores que enaltecieran en todos los aspectos la vida moral e intelectual del país”21. Sólo que España no es Inglaterra, claro. Ni lo es ni lo ha sido, por lo que el engarce entre las ideas de la Institución y la tradición autóctona sólo podía producirse a fuerza de siglos. Pero aún había un inconveniente mayor para que el patrón británico llegara a cuajar. En Inglaterra esas individualidades encontraban acomodo en la sociedad a través del Partido Conservador. En España eso era imposible. Y, encima, ni Giner ni la Institución trabajaron en este sentido, sino que tomaron el “falso sendero” que llevó a aquella “minoría selecta […] a fundirse en el elemento más contrario y aniquilador para ella: el de las inmensas masas amorfas”. El resultado fue que “todos aquellos españoles de calidad, […] por una falsa visión de la realidad”, en vez de elevarse, como creían, hacia las alturas, “cayeron en el foso de los leones y se los comieron las fieras”.

Quizá no esté de más recordar, ya para concluir, que la Institución Libre de Enseñanza ha sido siempre el faro señero de cuantos movimientos de renovación pedagógica ha habido en este país, y, entre ellos, claro, del que dio a luz, tras largo y trabajoso embarazo, a la LOGSE. Y si creo que conviene recordarlo no es, en modo alguno, porque yo considere que el estado de la educación en España sea equiparable al de los tiempos de Giner de los Ríos. Qué más quisiéramos. No, la situación actual es infinitamente peor. Ahora, por no tener, ya ni siquiera tenemos minorías selectas o españoles de calidad que echar a los leones. ¡Y lo mucho que deben de estar lamentándolo las pobres bestias! ~

 

Publicado en Letras Libres, www.letraslibres.com

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1. En 2006, un nuevo gobierno socialista, tras derogar la loce antes incluso de que pudiera ser aplicada, aprobó una nueva ley, la Ley Orgánica de Educación, más conocida por loe. Si no la he incluido entre los elementos condicionantes es porque se trata, en el fondo, de un simple remedo de la logse.

2. Recuérdese, al respecto, lo expresado el pasado 5 de octubre por el presidente Rodríguez Zapatero en su “Carta abierta a los maestros”, en ocasión del Día Mundial del Docente, o las reiteradas declaraciones del ministro Gabilondo abogando por la consecución de un pacto educativo.

3. Francisco López Rupérez, “La reforma de la educación escolar”, en Ideas para salir de la crisis, 2, 15 de septiembre de 2009, Fundación Faes, p. 6. Del mismo autor, y en relación con lo que aquí nos ocupa, también merece la pena leer una obra anterior, El legado de la logse (Madrid, Gota a gota, 2006).

4. Tanto en las referidas al fracaso escolar (estudiantes que no acaban la secundaria obligatoria) o al abandono escolar (estudiantes que no prosiguen sus estudios después de la fase obligatoria, o no los terminan) como en las relativas a los niveles de conocimiento científico o matemático o de comprensión lectora.

5. Alicia Delibes, La gran estafa. Madrid, Grupo Unisón Producciones, 2006, pp. 12-13.

6. En su última Tercera (“Defensa de la jerarquía”, Abc, 16 de agosto de 2006), Cándido proclamaba que “la idea moderna y alborozadamente democrática de que podemos elegir entre jerarquía e igualdad es […] mera fantasía. Y ello porque la verdadera alternativa a la jerarquía no es la igualdad, sino la tiranía. Quien no quiera autoridad o no sepa ejercerla se encontrará al fin obedeciendo a la fuerza bruta”.

7. De forma análoga, a los catedráticos se les reconoció tan sólo la condición de tales, por lo que se convirtieron, de facto, en unos agregados más. Pero el proceso igualitario fue incluso más allá. La relación entre docentes y alumnos dejó de ser en muchos casos una relación jerárquica, marcada por el respeto a la autoridad, para convertirse en una suerte de relación entre colegas –o entre coleguís–, donde lo fundamental ya no era el proceso educativo o de aprendizaje, sino, simplemente, llevarse bien. O, si se prefiere, el buen rollo.

8. Suso de Toro, Madera de Zapatero. Retrato de un presidente. Barcelona, RBA, 2007, p. 18.

9. Ibidem.

10. Sobra añadir que, si no ha intentado algo parecido en otros campos, no es por falta de ganas. Uno puede proponerse erradicar los suspensos de la escuela; tratar de hacer lo propio con los cachetes administrados en familia resulta ya más difícil, por mucho que la justicia, con algunas de sus sentencias, colabore de vez en cuando.

12. Suso de Toro, op. cit., p. 43.

13. Compárense –aunque sólo sea para comprobar hasta qué punto las comparaciones, además de odiosas, son traidoras– los valores que subyacen bajo esas palabras del actual presidente del Gobierno con los contenidos en este editorial del diario La Voz publicado en plena Segunda República, es decir, durante el régimen que José Luis Rodríguez Zapatero ha tomado siempre como ejemplo de suprema virtud: “La España republicana saluda cordial a M. Eduardo Herriot, jefe del partido radical francés, presidente del Consejo de Ministros de la vecina República, escritor ilustre, orador elocuentísimo, ‘normalien’ y humanista salido de la escuela laica, hijo del pueblo, y como el pueblo robusto física y moralmente, que supo elevarse en ascensión dolorosa y heroica a las alturas de la fama y a las responsabilidades de la gobernación del Estado gracias a un talento clarísimo, a un trabajo agotador y a una voluntad acerada e indomable” (La Voz, 31 de octubre de 1932).

14. Citaré, en adelante, la versión española más reciente: “La crisis en la educación”, en Hannah Arendt, Entre el pasado y el futuro: ocho ejercicios sobre la reflexión política. Barcelona, Península, 2003, pp. 269-301.

15. “En este siglo, estamos en condiciones de aceptar, como regla general, que todo lo que sea posible en un país puede ser también posible en casi cualquier otro, en un futuro previsible.” (Hannah Arendt, op. cit., p. 270.)

16. Hannah Arendt, op. cit., pp. 299.

17. Una de esas cosas, a todas luces fundamental, es la siguiente: “me parece que el conservadurismo, en el sentido de la conservación, es la esencia de la actividad educativa, cuya tarea es siempre la de mimar y proteger algo: al niño, ante el mundo; al mundo, ante el niño; a lo nuevo, ante lo viejo; a lo viejo, ante lo nuevo”. (Hannah Arendt, op. cit., p. 295.)

18. Y las materias susceptibles de formar parte de esos pactos son, por lo general, las que afectan a la propia integridad del Estado. O sea, la política territorial, la de seguridad –y, en especial, el terrorismo– y la internacional.

19. Hannah Arendt, op. cit., p. 299.

20. Gaziel, Tots els camins duen a Roma. Història d’un destí (1893-1914). Barcelona, Aedos, 1958.

21. Traduzco a partir de la edición de las obras completas: Gaziel, Obra catalana completa. Barcelona, Selecta, 1970, p. 716. Todos los fragmentos citados se encuentran en la misma página.

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1 Comentario

El viento no está hecho de hojas que se agitan

NegroponteSer innovador se opone a lo que casi todos los padres quieren para sus hijos, lo que los CEO pretenden para sus empresas y los presidentes para sus países. Los innovadores son un dolor de cabeza. Sin embargo, sin innovación estamos condenados a la decadencia. ¿Qué hace que la innovación surja y cómo se trabaja en educación para dar lugar a las nuevas ideas? En el siguiente artículo, Nicholas Negroponte -fundador y director desde 1985 del MIT Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts-, reflexiona sobre cómo crear una cultura de ideas. Propone, incluso, prestarle más atención al concepto de “mal”.

“Como crear una cultura de ideas”, por Nicholas Negroponte
 
La innovación es ineficiente. Muy a menudo es indisciplinada, contrariante e iconoclasta, se nutre de confusión y contradicción. En síntesis, ser innovador se opone a lo que casi todos los padres quieren para sus hijos, lo que los CEO pretenden para sus empresas y los presidentes para sus países. Los innovadores son un dolor de cabeza.

Sin embargo, sin innovación estamos condenados –por aburrimiento y monotonía– a la decadencia. ¿Qué hace que la innovación surja y de dónde vienen las nuevas ideas? Las respuestas básicas –brindar un buen sistema de educación, alentar diferentes puntos de vista y promover la colaboración– pueden no ser sorprendentes. Más aún, la habilidad para llevar adelante estos criterios le ha sido muy útil a Estados Unidos. Sin embargo, ciertas
cosas –la naturaleza de la educación superior, entre ellas– tendrán que cambiar para asegurarse una fuente perpetua de ideas nuevas.

Uno de los principios de un buen sistema de innovación es la diversidad. En cierta forma, cuanto más fuerte es la cultura (nacional, institucional o generacional, entre otras), menos probable es que albergue el pensamiento innovador.

Las creencias comunes y profundamente arraigadas, las normas generales, los estándares de comportamiento y performance son enemigos de las nuevas ideas. Es muy poco probable que cualquier sociedad que se enorgullezca de ser armoniosa y homogénea catalice el pensamiento idiosincrásico. La represión de la innovación no necesita ser abierta. Puede ser simplemente un acuerdo tácito entre la gente y un confort pleno con el statu quo.

En contraste, una cultura heterogénea cultiva la innovación por propia virtud de la gente, que ve las cosas desde diferentes puntos de vista. Estados Unidos (conocido como crisol de culturas) es visto por muchos como un país sin cultura (con “c” mayúscula o minúscula). En los rankings de estudiantes de países industrializados, los de las escuelas secundarias de Estados Unidos aparecen, en el mejor de los casos, como alumnos promedio en lectura, matemáticas y ciencias. Y, lamentablemente, la nación no tiene rivales en crímenes con armas entre la gente joven. Sin embargo, Estados Unidos ha obtenido casi un tercio de todos los premios Nobel y producido una cantidad inigualable de innovaciones –desde la automatización industrial hasta circuitos integrados y encadenamiento de genes– que son la columna vertebral del crecimiento económico mundial.

Encuentro dos razones para esto. Una, es que no estigmatizamos a aquellos que han intentando algo y no han tenido éxito. De hecho, es más probable que muchos capitalistas de riesgo inviertan en alguien que ha fallado con una startup previa, que en alguien que está lanzando su primera compañía. La desilusión real ocurre cuando la gente no aprende de sus errores.

La otra razón es que estamos particularmente dispuestos a escuchar a los jóvenes. En muchas culturas la edad tiene mucho peso. La experiencia es premiada por sobre la imaginación y el respeto puede ser demasiado deferente. En algunas culturas, la gente obtiene sus puestos de trabajo sobre la base de su edad, creando un ambiente sedentario y sofocante para los jóvenes. ¿Recuerda el dicho:

“Los chicos deben ser vistos pero no escuchados”?. Bien, observe el crecimiento económico creado por “chicos” como Bill Gates y Michael Dell, por nombrar sólo a dos.

Esa es la buena noticia. Pero cuando se trata de educar a nuestra juventud tenemos que hacerlo mejor. Me preocupa especialmente la educación temprana, que puede tener –y a menudo lo tiene– un efecto profundamente negativo en la creatividad. En la carrera por comprender qué es lo que los chicos aprenden somos muy entusiastas para celebrar sus éxitos, pero lo que es más fascinante es lo que hacen mal. Incluso debería prestársele más atención al concepto de “mal”. Aunque el viento no esté hecho de hojas que se agitan, como creen algunos chicos, la teoría es lo suficientemente profunda y no debería ser descartada. De hecho, desmontar conceptos erróneos es una de las mejores formas de encontrar ideas nuevas. El proceso es semejante a la corrección de un programa de computación y no tiene casi nada que ver con la ejercitación repetitiva y la práctica (que se está convirtiendo una vez más en la piedra fundamental de la educación).

Nuestro mayor desafío en la estimulación de una cultura creativa es encontrar la forma de alentar distintos puntos de vista. Por ejemplo, en ingeniería muchos callejones sin salida han sido resueltos por personas que no eran ingenieros. Esto ocurre simplemente porque la perspectiva es más importante que el coeficiente intelectual. La ironía es que la perspectiva no hará ingresar a los chicos en la universidad ni tampoco los ayudará a que tengan éxito allí. La academia recompensa la profundidad.

El conocimiento es desarrollado por expertos que trabajan con sus pares. Los departamentos y laboratorios se concentran en campos y subcampos, agregando o quitando dominios cada tanto. Los títulos de grado, sin mencionar el tiempo de ejercicio en un cargo, dependen del descubrimiento de verdades e ideas brillantes en áreas limitadas.

Para cultivar nuevas ideas necesitamos fomentar el riesgo. Esto es particularmente difícil en la mitad de la carrera profesional y, a menudo, se opone a la revisión de los pares y a los mecanismos para avances en la corporación.

El antídoto para tal canalización y compartimentación está en ser interdisciplinario. Los laboratorios y proyectos interdisciplinarios surgieron en los años ‘60 para tratar grandes problemas que abarcaban las fronteras de las ciencias físicas y sociales, la ingeniería y las artes.

La idea era unificar cuerpos de conocimiento complementarios para tratar temas que trasciendan cualquier conjunto de habilidades. Recientemente, sin embargo, la gente se ha dado cuenta de que los enfoques interdisciplinarios pueden ser de enorme valor para problemas muy pequeños y que también estimulan la creatividad. Al maximizar las diferencias de antecedentes, cultura y edad, entre otras, aumentamos las posibilidades de que los resultados no sean los que habíamos imaginado.

Para cultivar nuevas ideas se necesitan dos ingredientes adicionales. Ambos están relacionados con maximizar la “serendipity”, o suerte para hallar cosas valiosas por casualidad.

Primero, necesitamos fomentar el riesgo. Esto es particularmente difícil en la mitad de la carrera profesional y, a menudo, se opone a la revisión de los pares y a los mecanismos para avances en la corporación. Esto ocurre porque el riesgo en sí puede verse bastante estúpido. Las personas que lo hacen están expuestas al fracaso y al ridículo y, por lo tanto, deben encontrar confianza y apoyo dentro de su propio ambiente.

El segundo ingrediente es fomentar la apertura y el compartir ideas –una banalidad casi imposible de lograr–. En la cúspide de la “burbuja digital”, ser abierto en cuanto a las ideas era especialmente difícil para los científicos en computación, porque se veía que los ricos obtenían sus fortunas precisamente por no compartir sus ideas. Los estudiantes las escondían hasta después de graduarse. Mientras una persona guardaba sus cartas en la manga, otra hacía lo mismo; como resultado, muchos laboratorios de investigación declinaban su valor y efectividad. En este aspecto, gracias a Dios, la burbuja ha reventado.

No hace muchos años, los laboratorios Bell llevaron a cabo tantas investigaciones que fácilmente podrían haber albergado programas de muy alto riesgo, incluyendo el llamado pensamiento “blue-sky”, que condujo a la teoría de la información y al descubrimiento de la radiación residual de las microondas cósmicas. Pero el mundo se benefició con los resultados de su trabajo.

Hoy, Bell es una sombra de lo que fue, subdividida varias veces debido a la separación de AT&T en 1984 y la posterior división en Lucent, NCR y la casa matriz. Mientras la economía flaquea y las compañías recortan sus gastos, algunos de estos primeros recortes se hacen en programas de investigación de alto riesgo o de final abierto. Aun cuando el presupuesto para investigación no se reduce, la naturaleza de los proyectos se inclina más hacia el desarrollo que a lo realmente innovador. Si la tendencia continúa, eventualmente sufriremos un déficit de ideas nuevas. Ya hoy, cada vez menos corporaciones se concentran en desarrollarlas. Y la formación de startups está casi paralizada.

Hoy más que antes, en la nueva “nueva economía” la innovación y la investigación necesitarán ser albergadas en esos lugares donde hay agendas paralelas y múltiples medios de apoyo. Las universidades, apropiadamente reinventadas para ser interdisciplinarias, pueden ajustarse a este perfil porque su otra “línea de producto”, además de la investigación, es la gente. Cuando se combinan la investigación y el aprendizaje, se pueden tomar riesgos más grandes y la generación de ideas puede ser menos eficiente. En este momento, sólo unas pocas universidades de Estados Unidos constituyen estas “universidades de investigación”. Es necesario que más de ellas se conviertan en instituciones de este tipo, y las del resto del mundo deberán hacer lo mismo.

Sin innovación estamos condenados –por aburrimiento y monotonía– a la decadencia.

La industria puede tercerizar la investigación básica, como lo hace con muchas otras operaciones. Eso significa que la innovación tiene que convertirse en un fenómeno precompetitivo –algo que Japón entendió a principios de los ‘80 cuando su ministro de Comercio Internacional e Industria (hoy ministro de Economía, Comercio e Industria) financió la colaboración de las compañías japonesas en robótica, inteligencia artificial y producción de semiconductores–. Aunque este enfoque no siempre funciona, puede ser más efectivo que lo que suponen la mayoría de las compañías. Los costos son compartidos, se fomentan diferentes puntos de vista y la innovación tiene una oportunidad de supervivencia, incluso en los peores momentos económicos.

La habilidad para dar grandes saltos de pensamiento es un denominador común entre los generadores de ideas innovadoras. Generalmente, esta habilidad reside en la gente con backgrounds muy amplios, mentes multidisciplinarias y un vasto espectro de experiencias. La influencia familiar, los modelos a seguir, los viajes y vivir en diversos lugares son contribuyentes obvios, como también lo son los sistemas de educación, las formas en las que las culturas valoran la juventud y las perspectivas. Como sociedad, podemos moldear algunos de estos factores y otros no. La clave para asegurar un flujo de grandes ideas es aceptar estas verdades complicadas sobre el origen de las ideas, continuar recompensando la innovación y celebrar las tecnologías emergentes.

Fuente: Technology Review

http://www.technologyreview.es/

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